Mohamed Lahchiri, con Un cine en el Príncipe Alfonso y otros relatos, presenta una serie de narraciones pasadas por un tamiz demasiado personal para que puedan ser degustadas por todo tipo de lectores, sin embargo, dichos escritos destilan libertad, descargados de cualquier tipo de censura conscientes o inconscientes que puedan ir adicionadas a temáticas como la religión, la figura de la mujer o las descripciones transparentes de una vida marroquí.
Son numerosos los relatos que presenta, de diferente extensión y temática, pero en su mayoría sudan nostalgia de forma desmedida de una Ceuta, no tan lejana en el tiempo, pero sí, en la forma de vida. Un Príncipe Alfonso, como reconoce Mohamed, escritor ceutí residente en Casablanca, que nada tiene que ver con el de hoy en día. La descripción de este barrio, me recuerda a las anécdotas que mi abuelo vecino del Príncipe, apoltronado en el sillón donde decidió vivir sus últimos años, contaba con pelos y señales aludiendo a situaciones de extrema convivencia donde las diferencias no eran más que alguna que otra costumbre, sin más importancia para la cotidianidad que la posibilidad de disfrutar los unos de los otros, y los otros y los unos de aquellos personajes que este libro muestra como representantes de una Ceuta con diferencias sociales, que no se prestaban a la confesión religiosa. Pero, el autor rompe constantemente esta sensación de aquellos maravillosos años con el relato de estos menos maravillosos, con la ineludible emoción de que cualquier tiempo pasado, -ahora- nos parece mejor… De este buen sabor de boca a destiempo, nace un homenaje al cine de un dorado Hollywood, a través de la mirada de un adolescente vista desde la pluma de un jubilado que añora lo que en esos días disfrutó sin el objetivo de hacerlo: Una entrada de cine para Lo que el viento se llevó, una canción de Antonio Molina o los primeros amores y amistades paseadas entre Ceuta, Chauen y Tetuán.
Son numerosos los relatos que presenta, de diferente extensión y temática, pero en su mayoría sudan nostalgia de forma desmedida de una Ceuta, no tan lejana en el tiempo, pero sí, en la forma de vida. Un Príncipe Alfonso, como reconoce Mohamed, escritor ceutí residente en Casablanca, que nada tiene que ver con el de hoy en día. La descripción de este barrio, me recuerda a las anécdotas que mi abuelo vecino del Príncipe, apoltronado en el sillón donde decidió vivir sus últimos años, contaba con pelos y señales aludiendo a situaciones de extrema convivencia donde las diferencias no eran más que alguna que otra costumbre, sin más importancia para la cotidianidad que la posibilidad de disfrutar los unos de los otros, y los otros y los unos de aquellos personajes que este libro muestra como representantes de una Ceuta con diferencias sociales, que no se prestaban a la confesión religiosa. Pero, el autor rompe constantemente esta sensación de aquellos maravillosos años con el relato de estos menos maravillosos, con la ineludible emoción de que cualquier tiempo pasado, -ahora- nos parece mejor… De este buen sabor de boca a destiempo, nace un homenaje al cine de un dorado Hollywood, a través de la mirada de un adolescente vista desde la pluma de un jubilado que añora lo que en esos días disfrutó sin el objetivo de hacerlo: Una entrada de cine para Lo que el viento se llevó, una canción de Antonio Molina o los primeros amores y amistades paseadas entre Ceuta, Chauen y Tetuán.
No todo es miel en este libro, peca de una sexualidad algo obsesiva, incluso vulgar, lejos de lo que Georges Bataille nos define como erotismo, o como personalmente me gusta entenderlo; pura sensualidad, algo así como un decir sin decir. No obstante, si lo que pretende el autor es decapitar la divinidad de cualquier Dios, me parece correctísimo que en el mismo párrafo aparezca el nombre sagrado y una erección, una eyaculación o una sodomización en toda regla. Incluso, se debe destacar la realización de numerosas travesuras con la palabra pero con intenciones tan desnudas que pierde cualquier posibilidad de juguetear. En realidad, sólo se disfruta cuando tienes que leer muchas veces un parrafito para entenderlo, pero sin un objetivo como por ejemplo una escondida ironía o una motivada excitación, el juego no merece la pena.
¿Por qué deben leer Un cine en el Príncipe Alfonso y otros relatos de Mohamed Lahchiri? Si buscan disfrutar del recuerdo, recrearse en un tiempo donde tener un cine cercano era un sueño, se sentirán atrapados por este libro. Por el contrario, si lo que pretenden encontrar es un panfleto reivindicativo que solucione los múltiples problemas de este barrio, eso tendrán que pedirlo a los electos habitantes de nuestro ayuntamiento, y nunca a un escritor que simplemente sueña con la posibilidad de que también nuestro tiempo puede ser mejor.
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