LA ESPERADA MUJER DE NEGRO SE QUEDÓ EN GRIS DIFUMINADO

La noche, casi plenilunada, acompañaba intenciones de terror, prometidas por César Martín en las numerosas entrevistas y comparecencias televisivas, donde también pedía la asistencia de un público joven para disfrutar, sin complejos, de La Mujer de Negro, la última obra puesta en marcha por esta novedosa compañía con grandes aspiraciones. Sin embargo, en el patio de butaca se encontraba un público septuagenario, con escasas miras de vivir algo nuevo, -puede que me equivoque en mi aseveración, será necesario llegar a esa edad para comprobarlo-. El objetivo, a priori, no estaba conseguido, a pesar de la magnífica promoción realizada por César, cual Santiago Segura, ahora necesitará un descanso, no sólo por el esfuerzo del espectáculo, sino por las horas invertidas en el mercadeo.

El escenario descubierto, aún sin empezar la obra, marcaba desde el inicio las diferencias esperadas con otras representaciones; una escenografía desnuda, constituida por elementos móviles y la imaginación del público. Tanto desplazamiento de elementos realizada por los propios actores durante la escena, entorpeció el hilo argumental, bastante complicado de por sí, como todas las obras que recogen al teatro dentro del teatro, el verdadero leit motiv de la representación y no el terror como se nos quiso hacer creer. La escena fue estrenada por Juan Señas, con voz melódica y exquisita vocalización, y acaparada estrambóticamente -entiéndase de forma positiva- por César Martín. Ambos debían realizar numerosos personajes en escena, ayudados por cambios de un vestuario acertadísimo, y también ayudados por la dramatización de cada uno de los personajes, aportándoles actitud y una necesaria metamorfosis en cuanto a la voz. César, sobreactuado, como indicaba el señor de mi izquierda que todavía no se había percatado de la necesaria alteración para la comprensión del argumento, y Juan Señas, que fue incapaz de mantener las voces más allá de las primeras frases. En ese momento, pensé que se les había quedado grande la adaptación de La Mujer de Negro de Susan Hill y Stephen Mallatrat. Pudo verse como el público abandonaba la sala durante la representación en señal de desacuerdo con lo que estaba viendo. No obstante, estaríamos engañado si dijéramos que fue una mayoría, aún quedaron verdaderos estoicos capaces de ver el lado positivo de una representación mal dirigida. Para ser justos, tendríamos que tener en cuenta que cuando Emilio Gutiérrez Caba la representó por primera vez en Madrid, no obtuvo el éxito esperado y tuvieron que pasar cinco años y unas cuantas vueltas de tuercas para que funcionara de forma adecuada, puede que a esta adaptación también le falte tiempo.

Es de recibo reconocer que César Martín, es un actor con mucho talento, capaz de tirar de las cuerdas de un carro que a medida que camina va descarrilando, su interpretación salvó la noche y pudo conseguir los aplausos ansiados. Pero los objetivos no se han cumplido; ni fue una adaptación para captar nuevo público, y mucho menos, un producto terrorífico; las intervenciones de Cristina Mhidal como la mujer de negro, estuvieron acompañadas de las risas de un público que estropeaban el ambiente conseguido estupendamente por  luces, sonidos y numerosos efectos.  Sin duda, César se debería dejar dirigir, o por lo menos rodearse de gente que le indique por dónde debe encaminar su interpretación y no derrochar su talento abarcando en demasía todo tipo de funciones.

 En ningún caso he pretendido ser hiriente en mi crítica, intento ser lo más objetivo posible dentro de la subjetividad que implica el gusto, y puede que con estas palabras me esté excusando pero lo que realmente me hubiera gustado escribir es que fue un acierto pero no me lo pareció, esto no quiere decir que lo próximo que nos presente tenga que ser igual, insisto en el talento de César y confío en la capacidad para buscar dónde han estado los fallos y sobre todo, no volverlos a repetir. Mucho ánimo y mucho trabajo para la próxima obra.