Los primeros compases declaraban la calidad conceptual de un espectáculo bañado en la fusión que el flamenco parece necesitar en estos últimos tiempos, en cierta forma alejándose de aquellos puristas que creen tener el dominio más absoluto, pero como afirma José Martínez Hernández[1] el flamenco no es propiedad de nadie. No hay quien lo haya creado de la nada, ni quien lo domine en su totalidad, ni quien posea en exclusiva la llave que permita el acceso a su secreto. Esta música es más grande que cualquiera de sus intérpretes y más profunda que el mejor de sus degustadores. Si revistiéramos el ofrecido espectáculo de vanguardia, no estaríamos diciendo la verdad, pues ya van algunas décadas donde el latin-jazz se ha apoderado del flamenco y viceversa, esta interculturalidad dota de un sonido internacional capaz de coquetear con otras influencias, como es el caso de Mujer_klórica, en la que se añaden ritmos africanos muy bien aceptados por el público asistente, pero también sonidos eléctricos provenientes de las apasionadas manos de Martín Leiton. Ahora, si no es vanguardia, de lo que sin duda se trata, es de un acto de búsqueda, un caminar por aquellos palos flamencos procedentes de la cantera más folklórica, relacionados intuitivamente con la voz y el sentir femenino.
Alicia Carrasco, con los nervios amarrándole la voz, paseó por palos como la soleá, insignia de cualquier concierto flamenco. También en un evidente homenaje a Pastora Pavón, máxima representante de la voz femenina en el flamenco y creadora de las bamberas, palo que Alicia supo revestir de verdadero swing, todo ello bañado con letras muy reivindicativas, mucho más profunda de lo que se espera del nuevo flamenco. Después, Llegó el momento de la vidalita, uno de esos cantes de ida y vuelta que suelen atrapar casi tanto como los tangos de Argentina, lugar de procedencia de este cante y que bajo la autoría de José Manuel León parecía más africano que nunca, con la ya casi manida, a la vez que real, temática de la muerte en El Estrecho. Cuanto más avanzaba el espectáculo, los nervios iban dejando paso a maravillosos quiebros en una interpretación de la cantaora que no terminaba de despegar, hasta que Diego Carrasco, tío de la artista, puso los pies en el escenario, que con su particular estilo, contagió a un público que acompasaba la respiración al ritmo de los artistas. Dos fueron los momentos en los que lo sublime se apoderó del auditorio, el primero, la aparición de Carmen Linares, con su voz rozada y esa elegancia de las mujeres flamencas que saben que con un primer quejío recuerdan que el cante jondo es más naturaleza que arte, pues nace de los sentimientos más primarios y de eso todo el mundo sabe. A la limón, Alicia Carrasco y Carmen Linares interpretaron unas tarantas que aportaron la jondura necesaria para cautivar a un público realmente entregado. El segundo, fue uno de esos momentos en los que la magia creativa se presenta a un nivel extremo, Alicia, junto a sus acertadísimos músicos, y la presencia en el escenario de Leonor Leal, bailaora de exquisita técnica, que danzó al compás de una nana flamenca que encerraba la originalidad y objetivo del espectáculo. Recurrir a este canto de cuna, es querer regresar a la protección maternal y ser mecidos al compás de la voz femenina, demostrando cuanto de folklor tiene el sentimiento.
Los responsables de la cultura ceutí, han apostado por el estreno nacional de un espectáculo con calidad creativa e interpretativa. El teatro casi al completo y los artistas entregados fue un tándem perfecto para una noche que debiera repetirse más a menudo, el flamenco va tomando el lugar que le corresponde, no es necesario encontrarlo enlatado en tabernas y tablaos, en el teatro y con un público no excesivamente entendido, funciona. Y como dijo Enrique Morente: Me interesa el flamenco si está con la cultura y con la sabiduría, si está con la ignorancia, la estupidez y la bufonería no me interesa. Y Mujer_Klórica interesa.
[1] Poética del Cante Jondo. Una reflexión estética sobre el flamenco.