sábado, agosto 13, 2011

SÍNTOMAS CEUTÍES DE UNA INVOLUCIÓN CULTURAL


(Artículo publicado en la Revista Siglo XXI en Agosto)
 
Si entendiéramos la cultura como toda expresión del espíritu humano que inagotablemente revela el aprendizaje experimentado por el hombre a nivel académico, escolar, familiar, o derivado de la simple actuación en el medio social, valoraríamos el estado de crisis que ha contraído en nuestra ciudad, incluso, mucho más que el estado financiero. Como si se tratara de una patología crónica, hemos aceptado el  avance cultural bajo pasitos cortos, esos que nos gusta dar cuando el objetivo implica algo de esfuerzo, cansados acudimos al acto cultural arrastrando una serie de síntomas que acortan el proceso natural de avance. No obstante, resultaría injusto no valorar el trabajo ejecutado por cientos de ceutíes que con talento luchan por una cultura de calidad, pero es necesario desprendernos de dichos síndromes para cumplimentar un progreso social.
El primer síntoma, y casi el más dañino, es la desidia ciudadana. La idiosincrasia del ceutí es alarmantemente pasiva, estamos acostumbrados a ser sodomizados por cualquier decisión sin levantar la cabeza. Nunca he podido contemplar la más mínima protesta ante el cierre de una librería, la defunción de una tienda de discos o la conversión de un cine en tienda de moda. Tal vez, tengamos lo que nos merecemos, pero debemos ser conscientes de que la cultura es un bien perecedero, y si la descuidamos, retrocederemos y viviremos miserias pasadas.
Un síntoma esencialmente sustancial es el haber cedido el trono a los dioses. Esta afección hace que la cultura se enquiste en temas absolutamente de fe y no pueda rebasar el sentimiento religioso. Ceuta, que constitucionalmente es aconfesional, no puede ceder la mayoría de sus actividades de índole cultural al incienso, que ya no sólo aromatiza la Semana Santa o el nacimiento de Cristo, sino que permanece constante en los innumerables traslados, aniversarios cofrades, fiestas de hermandad, e incluso en nuestra televisión pública se le ofrece un espacio para la promoción constante, tribuna que no posee por norma los espectáculos teatrales, los conciertos musicales o demás representaciones artísticas. Ya lo enseñaron los griegos, la cultura sólo puede avanzar una vez que el ser humano ocupa el lugar ofrecido a los dioses.
A esto debemos sumar la presencia de un militarismo arraigado socialmente, que trasciende del lugar que le correspondería, anecdótico a mi forma de ver, para ocupar un estadio mucho más relevante. Aún recuerdo cuando en mis años de colegio nos vendían la ilusión de una visita cultural de gran importancia, y terminábamos haciendo una ronda por los cuarteles más afamados, sin tener en cuenta que la mayoría de alumnos eran hijos de militares y los conocían de sobra. Yo, que ni el servicio militar tuve la obligación de hacer, pienso que lo único que aporta esta jerarquía es ese efecto caritativo sobre todos aquellos que sin pretensiones formativas han decidido adherirse a la vida militar buscando un sustento económico y casi nunca ideológico.
Y por último, señalar un síntoma disfrazado por las autoridades competentes, el abandono de la educación pública. Dicho abandono acontece desde el instante en que no se plantean las verdaderas derrotas del aprendizaje, al final no basta con esconderlas bajo diversos programas progresistas y becas a tutiplén. Si llamamos a las cosas por su nombre, y desde mi libertad me lo permito, la educación es el camino más rápido y certero para una evolución cultural, quizá sea por ello que a los gobernantes les espante la posibilidad de un pueblo educado, con conciencia crítica y capaz de tomar decisiones individuales. Nuestra ciudad pretende lavarse las manos en cuestiones educativas, haciéndonos conocedores de las escasas competencias que les pertenecen. Sin embargo, me da la sensación de una falta de conocimientos en la materia, ya que no sólo debe educarse en los centros, también existen las calles y plazas para ser ocupadas por aquellos valores educativos y culturales que van dejando para algunos de ser importantes.
Estos cuatro síntomas livianamente presentados recuerdan a una época donde un menudo gallego imponía su hegemonía dictatorial para hacer de un pueblo la incultura personificada. Ahora, aunque son otros tiempos, es indispensable enfrentarse a esta involución a través de una revolución, como dice Gugliermo Ferrero la cultura ayuda a un pueblo a luchar con las palabras antes que con las armas. Superemos estos síntomas y luchemos por una cultura digna.  

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